Una de las preguntas más importantes que intenta responder la neurociencia hoy en día es cómo o de dónde surge esta idea, esta convicción que tenemos de que detrás del cúmulo de sensaciones, ideas, percepciones que constituyen nuestra mente existe un sujeto al cual se le pueden adscribir estos estados mentales.
La mente no es más que una serie de eventos que se suceden ininterrumpidamente uno tras otro: ahora la percepción de una mesa, un segundo más tarde el recuerdo de una cara conocida, luego la sensación de frío provocada por una corriente de aire. A pesar de todo este errático y continuo flujo de sensaciones suponemos que existe una unidad que subyace en el tiempo y que es nuestro “yo”.
Pero ¿qué es lo que une este cúmulo de fragmentos discretos en una unidad? La pregunta acerca de la naturaleza de este “yo”, y cómo y de dónde surge esta idea en nosotros ha sido siempre tema de la filosofía y la psicología. Es sólo recientemente que, gracias a los avances de la neurociencia, esta disciplina se haya propuesto investigar dónde en nuestro cerebro, o por cuál mecanismo nos atribuimos estos estados mentales. Sin embargo no sólo la filosofía, la psicología o la neurociencia se han adentrado en estas cuestiones. La literatura, a través de la exploración intimista de nuestro psiquismo, de ese acercamiento directo a nuestras vivencias ha ingresado también en el ámbito de lo mental.
En su libro Proust was a neuroscientist Lehrer explora cómo Marcel Proust y otros novelistas estudiaron detenidamente la mente humana y la memoria. Lo que sostiene Lehrer es que el misterio de la mente, ahora el gran desafío de los neurocientíficos del mundo, ha sido articulado y descrito de muchas maneras por escritores y poetas, interpretaciones a las que la ciencia nunca podrá llegar.
Virginia Woolf por ejemplo se preguntaba cómo, a pesar de la maraña de recuerdos, amores, odios, paseos, conversaciones, planes y proyectos en los que estamos inmersos en nuestra vida diaria, pueda todavía surgir una totalidad. Es increíble, afirmaba, cómo a pesar de todo este parloteo mental incesante puedan emerger personalidades reales y definidas.
En 1920, después de escribir dos novelas importantes desde el clásico punto de vista del narrador – el tipo de narrador omnisciente, que, como Dios, mira todo desde arriba – Woolf anunció en su diario: “he llegado finalmente a una idea sobre una nueva forma de escribir la novela”. Este nuevo tipo de novela se proponía seguir el flujo de la conciencia, una “meditación de la cotidianidad”. Sólo pensamientos y sensaciones. Analizar la mente ordinaria en un día ordinario. No más descripciones de tazas y mesas. Woolf creó así personajes como Clarissa Dalloway en su novela Mrs. Dalloway, y Mrs. Ramsay en To the Lighthouse, personajes que son todo mente, un revoltijo de pensamientos, memorias, caras, objetos, alegrías, todos desconectados e incoherentes.
Cuando uno ve dentro de uno lo que uno encuentra es una conciencia que nunca está quieta. A diferencia de otros escritores que concebían la mente como una cosa estática, Woolf describía la mente como errática: ahora en un camino polvoroso, ahora en un papel de periódico en la calle, ahora en una margarita en el sol. La mente está desparramada por todas partes, esparcida en miles de pedazos. ¿Cómo puede surgir de allí algo estable? ¿Cómo de una mente así puede surgir un “yo” con una personalidad definida? ¿Cómo, de esta dispersión que es la mente, puede surgir una unidad? ¿Qué es lo que nos “pega”? Si la mente es tan evanescente ¿cómo surge de allí el “self”? ¿Por qué tenemos la sensación de que somos algo más que una colección de pensamientos desconectados?
El arte de Woolf fue buscar que nos “aguantaba” juntos. Hay algo decía que nos impide que nos desintegremos totalmente, hay algo que nos une…la mayor parte del tiempo. Sabía que el self era demasiado profundo para ser descubierto. En sus novelas ella quería exponer esa inefabilidad que somos.
¿Será este algo nada más que una ilusión? ¿La ilusión de un “self”? En el momento en que sentimos o percibimos algo nos inventamos a un sujeto ¿Pura ficción entonces? Para los científicos la mente no es más que otro truco de la materia que el tiempo y los experimentos, en algún momento, descubrirán.
Ramachandran, neurólogo, director del Center for Brain and Cognition, profesor del Departamento de Psicología y Neurociencias de UCLA, dice lo siguiente:
Si el self es una ilusión y usted no es más que un conjunto de distintas entidades cada una con sus agendas particulares, ¿de dónde surge esa ilusión? La respuesta es, no lo sé, y si a usted se le ocurre alguna idea brillante acerca de este problema le invito a que le escriba a Nature. Es posible sin embargo que ese espejismo del self surja de lo que Gazzaniga llama el “intérprete”, la tendencia del hemisferio izquierdo a construir explicaciones para nuestras acciones que pueden o no tener alguna relación con las causas reales de nuestro comportamiento. Si esta idea es correcta nuestra identidad estaría básicamente fundamentada en nuestra habilidad para contar historias, para inventar cuentos a posteriori acerca de nuestras motivaciones. Este descubrimiento, definitivamente, no hubiera sorprendido jamás a Shakespeare.
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El pensar «tengo frio» construye nuestra mente? Segun esto no hay suceso que sea insignificante. Excelente articulo!
Son las sensaciones, impresiones e ideas las que conforman lo que entendemos por mente o lo mental. El tener conciencia de una sensación nos refiere a nuestro «yo», «yo» soy la que tengo frío. Es como si la percepción, al tomar conciencia de que hay una percepción, esta nos mostrara al «yo» que percibe y en este sentido, como dices, no hay ninguna sensación que sea insignificante. Claro, caemos en cuenta del yo solo cuando «salimos» de la percepción, cuando la interrogamos, mientras estamos en ella no aparece ningún sujeto. Al menos así lo entiendo yo. No sé si estarías de acuerdo conmigo.
Gracias por tu comentario.
EXTRAORDINARIAMENTE CULTO E INTERESANTE EL ARTICULO.
El problema del yo y la Consciencia ha sido abordado tambien brillantemente por William James, autor que la neuro-ciencia ha «redescubierto».
Concuerdo con Ramachandrán. El YO (no) es una «mera»
ilusión, quizas nuestro pasado, al ser evocado, tome tintes irreales o difusos, sucedió, fué, pero ya no lo es más sino solo «dentro» de nosotros.
Pero es el Lenguaje y los primeros vínculos afectivos infantiles lo que nos confiere undidad experiencial. El recuerdo de personas significativas respecto a las cuales nos re-definimos
como sujetos para nosotros mismos.
La muerte es la experiencia límite del YO, implica su negación
y nos muestra que el yo, en el futuro, no será.
«Parece no haber sido en el pasado, no será en el futuro y, sin embargo, es». Que paradoja a la vez inmensa y habitual.-