El que diga que no le interesa saber qué le depara el destino, para mí, está mintiendo. Por más racional y escépticos que seamos hay una parte nuestra por allí escondida, más en unos que en otros, que le encantaría asomarse al futuro y mirar, aunque sea de reojo, las sorpresas que nos tiene preparada la vida. Métodos para hurgar en lo desconocido, hay muchos: desde el tarot y la astrología, pasando por el tabaco, café, las runas sin dejar atrás a los médium y videntes con acceso privilegiado – VIP – a recintos herméticos vedados para nosotros los mortales. El interés y fascinación por lo oculto está incrustado en nuestro inconsciente colectivo, ¿acaso el objetivo de la ciencia no es también “descubrir” o “develar” los “misterios” de la naturaleza?
Este sábado leyendo La Nación me encuentro con una entrevista a Alejandro Jodorowsky, padre de lo que se conoce como “Psicomagia”, una técnica adivinatoria que conjuga ritos shamánicos, psicoanálisis y teatro. Confieso que nunca había oído hablar de esta “técnica”, pero parece ser que “Jodo”, como se le conoce, chileno, director de cine, escritor, novelista y poeta tiene por costumbre sentarse todos los miércoles a las 5 de la tarde en un bar de París a leer el tarot de forma gratuita a todos aquellos que estén dispuestos a esperar paciente y largamente su turno:
Porque, ¿cómo decirlo?, aquel que nunca vio a Jodorowsky tirar el tarot no ha visto nada. Si nunca lo vio, que vaya. A cualquier precio. Que falte al trabajo, que le mienta a su pareja, que saque un pasaje a crédito, pero que viaje a París. Poco importa si es crédulo o escéptico: de todos modos, la experiencia lo dejará con la boca abierta. Lo mismo dirían John Lennon o Federico Fellini, dos de sus fervientes admiradores, si estuvieran vivos. Porque ese «psicomago», afectuoso y paternal, no predice el futuro: ilumina «el presente, con el propósito de ayudar a la gente a vivir mejor».
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Foto cortesía Lilix Virtual
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