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Archive for the ‘Lenguaje’ Category

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En la imaginación popular, el aprendizaje es un proceso de acumulación progresiva de conocimientos. Sin embargo, los últimos hallazgos de las ciencias cognitivas indican que aprender implica estrechar la capacidad para percibir el mundo. Esta idea se amplía en un artículo publicado en PNAS esta semana. El estudio, dirigido por el investigador de la Universidad de Barcelona Ferran Pons, ha comprobado que los bebés entre los 6 y los 11 meses de edad reducen su sensibilidad hacia los idiomas extranjeros conforme aprenden su lengua materna.

Al nacer, los humanos tienen capacidad para absorber cualquier idioma, pero poco a poco esa capacidad se centra en la percepción de los códigos de su lengua materna. De esa manera, la sensibilidad para distinguir los sonidos y las diferencias fonéticas de otros idiomas se desvanece poco a poco. «Nos especializamos para centrarnos en lo que tiene más importancia para nosotros y perdemos capacidades que no nos interesan», explica Pons.

El nuevo estudio muestra por primera vez que estos cambios en la capacidad de aprendizaje no afectan por separado al lenguaje auditivo o al visual. «El mundo en el que se encuentran los bebés no es únicamente visual o auditivo, ellos no escuchan sin mirar ni miran sin escuchar», apunta el investigador. «Este estudio muestra que la pérdida en la capacidad lingüística es global», añade.

Para comprobar cuándo se producía este proceso de reorganización de la percepción del lenguaje, los investigadores pusieron a prueba a un grupo de niños de familias hispanohablantes (24 de 6 meses y 24 de 11 meses) y a un grupo de familias angloparlantes (24 de 6 meses y 16 de 11 meses) e hicieron que asociaran sonidos que se producen al hablar inglés con los correspondientes gestos.

Los investigadores pudieron observar cómo los bebés de seis meses, angloparlantes o hispanohablantes, tenían una respuesta universal ante los estímulos lingüísticos en inglés. Sin embargo, los niños de 11 meses que ya se habían adaptado al uso del castellano perdían la capacidad de percibir la interconexión entre los fonemas ingleses y sus gestos correspondientes.

También con las razas

Como explica Pons, este fenómeno de la especialización perceptiva no es exclusivo del aprendizaje lingüístico. «También nos pasa con las razas. Con los chinos, por ejemplo, decimos que todos son iguales porque de pequeños nos acostumbramos a buscar las diferencias físicas en unos determinados rasgos que son útiles en el caso de nuestra raza pero pueden no serlo con los asiáticos», señala el investigador. «A ellos les pasa algo parecido con nosotros», continúa.

El fenómeno descrito por los autores del artículo de PNAS explica también por qué es tan complicado aprender un idioma de adulto, siendo en cambio tan sencillo asimilarlo poco después de nacer.

Fuente: Publico

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¿Quién dice que la ciencia es la única manera válida de explicar el mundo? El arte, y la literatura en particular, nos permiten igualmente aproximarnos a nuestra realidad para tratar de comprenderla. El escritor Eduardo Vilas acaba de publicar Libro de ciencias en el que ha seleccionado 16 relatos de autores clásicos en los que queda demostrado que se puede hablar de química, demografía o astronomía con un lenguaje literario. 

«El lenguaje científico y literario están tan alejados, hace tanto tiempo que no se tocan, que cuando uno de ellos plantea una pregunta, ya no acepta una respuesta, por muy exacta que sea, si no se da en su propio idiolecto», mantiene Eduardo Vilas, responsable de la recopilación de textos y pinturas del «Libro de Ciencias».

Editado por 451 Editores, «Libro de Ciencias» puede «producir rechazo a los que vienen de Letras, a no ser que tengan la paciencia de abrirlo; incluso de lejos, con la portada de (La noche estrellada, de Vincent Van Gogh), pudiese parecer casi un libro de arte», subraya a Efe Vilas, encantado de jugar con el equívoco. 

«Ahí está también -continúa- el encanto del libro», según este periodista apasionado por la divulgación científica y que desde hace tres años dirige «Hotel Kafka» en Madrid, un espacio en el que se presenta hoy la obra y que va «más allá» de las fórmulas taller, escuela o club literario. «Es todo eso y más», asegura. 

Con esta antología de ficciones sobre temas científicos, que «no podía ser otra cosa que una antología de excepciones», Vilas (San Sebastián, 1971) pretende dejar patente que la literatura en múltiples ocasiones descubre hechos que las ciencias han confirmado con posterioridad. 

Y como ejemplo pone el «De rerum natura» escrito por Lucrecio en el siglo I antes de Cristo, un escrito poético en el que este romano recoge el atomismo griego y en el que puede intuirse la base de la teoría de la selección natural y el origen de las especies que más tarde recuperaría Charles Darwin. La obra clave de la teoría científica de la evolución ‘El origen de las especies‘ tiene al mismo tiempo pasajes de gran belleza literaria. 

Pero aunque las Ciencias y las Letras «parezcan condenadas a hablar idiomas distintos», Vilas insiste en que «ambas descansan en la naturaleza metafórica del lenguaje». 

Y es que, según asegura en el «Libro de Ciencias», la física, la química o la biología no están tan alejadas de las humanidades pese a las dificultades de las jergas y a una educación que las separa. 

Dividida en tres capítulos (Ciencias formales, naturales y sociales), esta obra recopila textos de Lewis Carroll («Los dos relojes») para la lógica, Leopoldo Lugones («El descubrimiento de la circunferencia») para las matemáticas y Emanuel Swedenborg («Sobre la existencia de tres cielos») para la astronomía. 

Para la biología recurre a Herman Melville («Cabezas de ballenas»), mientras que para la física y la química los elegidos son Julio Verne y H. P. Lovecraft, con «La vuelta al mundo en 80 días» y «El alquimista», respectivamente. 

La geología corre a cargo de Thomas De Quincey («El sistema de los cielos»), la geografía física de Heinrich von Kleist («El terremoto de Chile»), la antropología de Esteban Echeverría («El matadero») y la demografía de Jonathan Swift («Una modesta proposición»). 

Vilas confía la economía a Edgar Allan Poe («Un hombre de negocios»), la historia aMarcel Schwob («Paolo Uccello, pintor»), la psicología a Léon Bloy («El buen gendarme») y la sociología a Franz Kafka («Informe para la academia»). 

Por último, la geografía humana recae en Bruno Schulz («La república de los sueños») y las ciencias políticas en Leopoldo Alas Clarín («La yernocracia»). 

En cuanto a la selección pictórica figuran obras de Francis Bacon, Bernardo Bellotto, Camille Bombois, Edward Thompson Davis, Henry Fuseli, Vincent van Gogh, Alexander Ivanov, Wassily Kandinsky, Ernst Ludwig Kirchner, Isaac Ilych Levitan, Antonello da Messina, Francis Picabia, George John Pinwell y William Turner. 

Fuente: Gaceta

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Desde que apareció por primera vez el psicoanálisis de la mano de su creador Sigmund Freud hasta el día de hoy ha sido objeto de fuertes debate. En el año 2005 apareció en Francia El libro negro del psicoanálisis, una crítica demoledora acerca de sus teorías y prácticas. Un año después en respuesta a esta crítica surge La regla de juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis (Gredos) que reúne los testimonios de distintos artistas, escritores e intelectuales sobre sus experiencias, teóricas y prácticas con esta disciplina.

 

Ricardo Piglia, un argentino, comenta en La regla de juego que el psicoanálisis es atractivo «porque todos aspiramos a una vida intensa» y que «en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas». Y apunta: «El psicoanálisis es en cierto sentido un arte de la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre tratando de hundirse».

Juan José Saer, otro escritor argentino, subraya que lo que hizo Freud fue rendirle un homenaje sincero y profundo a la poesía, y lo hizo porque «el análisis es una actividad esencialmente verbal», y porque «la palabra es el único instrumento terapéutico con que cuenta».

Leer más en «El diván como potencia literaria», El País.

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Todos conocemos lo que hace la poesía o la lectura de un buen libro sobre nuestro estado anímico, cómo nos transporta a sitios inimaginables, cómo resuena en nosotros y nos pone en contacto con nuestras fibras más íntimas, pero muy poco sabemos la manera en que la poesía y el lenguaje afecta nuestro cerebro.

 

En un artículo de la revista Literary Review aparecido este mes, Philis Davis, profesor de inglés de la Universidad de Liverpool, discute el efecto que tiene el leer a Shakespeare sobre la función cognitiva y el cerebro.

 

Davis se propuso investigar, con la ayuda de Neil Roberts, neurocientífico cognitivo de la misma universidad y el psicólogo  Guillaume Thierry, cómo respondía el cerebro a los “cambios funcionales” (Functional Shifts) en el lenguaje. En los cambios funcionales una palabra adopta repentinamente otra función sin que haya ninguna modificación en la estructura de la oración. Un ejemplo de esto es el caso en que un sustantivo se convierte en verbo como cuando Edgar refiriéndose a Lear dice “él aniñó mientras que yo apadré”. Aquí el sustantivo “niño” se utiliza como un verbo “aniñar”, al igual que el sustantivo “padre” se convierte en “apadrear”.

 

Los cambios funcionales en el lenguaje mantienen 3 principios básicos: la libertad creativa y fluidez del lenguaje, la economía de energía, en el sentido en que comprime una formulación,  y, su cercanía con la metáfora, cosa en la que Shakespeare era experto.

 

La intención de Davis era investigar qué ocurría en el cerebro cuando se le presentaban estos cambios funcionales. Cuáles eran, en otras palabras, las respuestas neurales  a estas sutilezas del lenguaje. Para ello se sometió a los sujetos experimentales a pruebas de EEG y fMRI en el momento en que se le presentaban diferentes tipos de oraciones, entre ellas unas con cambios funcionales. El EEG mostró que el cerebro, al percibir una violación semántica, registra un tipo de modulación mayor a la que normalmente registra en el lenguaje común. Es decir, cuando la palabra en una oración es inesperada y difícil de integrar el cerebro reacciona con una mayor amplitud de onda indicando el esfuerzo que éste hace para integrarla dentro de una oración que haga sentido.

 

El cambio funcional es lo que los científicos llaman un fenómeno “robusto”: es decir, tiene un efecto distinto y particular en el cerebro. Estas formas del lenguaje obligan al cerebro a trabajar a un nivel de conciencia más elevado sin dejar de respetar al mismo tiempo las leyes con las que trabaja. Davis dice:

 

A pesar de que el cambio funcional fue semánticamente integrado con facilidad esto disparó un proceso de  re-evaluación sintáctica que requirió del cerebro mayor atención y una conciencia emergente adicional dándole más poder y fuerza a la oración como un todo. De esta manera Shakespeare está …  abriendo la posibilidad de alcanzar nuevas cimas, nuevas conexiones neurales con potencial para desarrollarse. Nuestros hallazgos comienzan a mostrar como Shakespeare crea efectos dramáticos al aprovechar implícitamente la relativa independencia – a nivel neural –  de la semántica y la sintaxis en la comprensión de una oración. Es como si se tratara de un pianista que con una mano toca una melodía de fondo mientras la otra mano, simultáneamente,  se presta a recorrer variaciones más complejas.

Estos experimentos apenas están comenzando. Lo que se intenta indagar es dónde en el cerebro se ubican estos procesos y cómo se relacionan entre ellas las áreas del cerebro involucradas. Si es cómo algunos neurocientíficos sostienen, que hay un área del cerebro que procesa los sustantivos y otra área que procesa los verbos, ¿qué sucede entonces cuando al cerebro se le presenta un cambio funcional en el que no puede identificar si se trata de un verbo o un sustantivo?

 

Estos estudios ponen de manifiesto cómo el cerebro se desarrolla llegando a niveles cognitivos más elevados cuando se le ofrece algo discordante, una sorpresa que no esperábamos, algo que no hace sentido y que necesitamos integrar para comprenderlo. Como en todo aprendizaje y búsqueda de comprensión son estos eventos “inesperados” los que impulsan el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales y cognitivas:

 

Comprendo cuando no todo está claro, cuando hay espacios vacíos, oscuros. La comprensión es sólo posible en la falta, el hueco, la disonancia, algo nos suena “raro”, algo no cuadra.  Es en la sorpresa, en el “accidente”, en lo no esperado que – si estamos abiertos – , captamos un sentido. (Tomado de «Comprender un texto»)

 

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George Lakoff, profesor de lingüística cognitiva de la Universidad de California en Berkeley sostiene en su último libro, The Political Mind, que aquél que quiera ganar en política y lograr el mayor número de simpatizantes debe estar al tanto de los últimos avances en ciencia cognitiva. En estos momentos los demócratas tienen todas las de perder.

Esto se debe según Lakoff a que ellos todavía parten de la base de que el ser humano es racional, lógico y atento a los hechos. Los republicanos en cambio saben que los seres humanos no son todo lo racionales que quisiéramos creer, que sus decisiones están marcadas por un alto componente afectivo y que en su manera de lidiar con la realidad entran en juego elementos inconscientes y emocionales. De acuerdo con los planteamientos de la ciencia cognitiva percibimos y actuamos en el mundo con una mezcla de razón y pasión por lo que no se trata de convencer a través de argumentos y hechos como intentan hacer los demócratas, sino de utilizar metáforas y consignas, reconfortantes, emocional y moralmente atractivas, y repetirlas hasta el cansancio. Un ejemplo sería la frase «guerra al terrorismo» («war on terror»). De esta manera se fortalecen las conexiones neuronales, sostiene Lakoff. Después de oír estas frases una y otra vez la gente termina creyéndolas.

Para Lakoff los republicanos hace tiempo que han comprendido ésto. Conocen el papel que juega la emoción en el razonamiento y la retórica y la capacidad que tiene el lenguaje para moldear el pensamiento. A diferencia de los demócratas, son expertos en la utilización de las últimas investigaciones científicas para llevar a cabo “políticas cognitivas” y lo hacen de manera sistemática y organizada. Ellos saben, afirma Lakoff, cómo se deben utilizar las palabras para hacer que la gente vote «incluso» en contra de sus propios intereses y valores.

Fuente: New Scientist

Foto cortesía Latimes

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Foto cortesía de fensterbme

De primera instancia cuando pensamos en el lenguaje lo asociamos a su uso instrumental, es decir, cómo el lenguaje nos facilita movernos en el mundo proveyéndonos de nombres para las cosas y haciendo posible la comunicación con nuestros semejantes. Sin embargo, existe otra dimensión del lenguaje, más “humana” si se quiere, y es que el lenguaje constituye la textura misma de nuestra subjetividad. Es con palabras que construimos nuestra realidad psíquica y nos acercamos a ella.

Para comprender esto debemos entender que una palabra es mucho más que una simple etiqueta que le ponemos a las cosas. Cada palabra nos viene dada  cargada de significados, de sentidos que son compartidos por una comunidad de hablantes. En ellas están contenidos elementos tan subjetivos como gestos, posturas corporales, el sentido de quién la utiliza, el propósito con que es utilizada. Al aprender una palabra aprendemos todo esto aún sin darnos cuenta. Es por ello que decimos que aprender un lenguaje no se reduce a aprender los nombres de las cosas, es aprender una forma de vida. (más…)

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Entender un texto pasa necesariamente por “internalizarlo”. Comprendo un texto cuando lo hago mío, cuando lo contrasto con mi experiencia, cuando lo discuto, cuando asumo una posición frente a él – sea a favor o en contra. Sólo aprendemos si nos acercamos, nunca a distancia. Acercarnos es tocarlo, manosearlo, ponernos en situación, digerirlo, quizás después vomitarlo, pero ya con eso hemos aprendido algo de su “textura”. El aprender un texto, y en general cualquier cosa requiere de un compromiso, de un “lanzarse al ruedo”. Es posible que nos mueva de tal forma que cuestione nuestras premisas básicas. Se trata por ello de tomar un riesgo, de estar abierto y dejarse afectar. Requiere de valor.

Nunca aprendemos algo “objetivamente”. Esa ha sido siempre la pretensión de la ciencia y del pensamiento moderno. En todo conocer siempre estará implícita la marca de nuestra subjetividad. Y es bueno que sea así, es que es sólo así que podemos comprender algo: desde nuestra situación presente, desde lo que somos, desde nuestro contexto particular. Aprendemos un texto cuando captamos distintos ángulos del tema, cuando lo aprehendemos en diferentes contextos y situaciones, cuando lo percibimos en contraste con distintos horizontes. Es en el entretejido de esas percepciones “angulares”, “tangenciales” – tocándose unas a otras –, que aparece el sentido. En el espacio entre ellas, en la “superposición” entre ellas que descubro nuevas dimensiones.

Comprendo cuando no todo está claro, cuando hay espacios vacíos, oscuros. La comprensión es sólo posible en la falta, el hueco, la disonancia, algo nos suena “raro”, algo no cuadra.  Es en la sorpresa, en el “accidente”, en lo no esperado que – si estamos abiertos – , captamos un sentido. No queremos un saber monolítico, cerrado, sin fisuras ni agujeros, completo, redondo. Este es un saber plano, sin profundidades, macizo, infranqueable. Está allí, frente a mí, pero no tiene nada que ver conmigo. Es un saber estéril, pobre, no hace ni hago nada con él.

Prefiero la duda porque me mueve.

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